LAS HUMANIDADES EN EL SIGLO XXI
(THE HUMANITIES IN THE 21ST CENTURY)


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Gloria Prado Garduño
Universidad Iberoamericana, Lomas de Santa Fe, 01219 Ciudad de México, DF, Mexico
e-mail: gloria.prado@ibero.mx


AGATHOS, Volume 3, Issue 2 (5): 7-18
© www.agathos-international-review.com CC BY NC 2012


Abstract: From the Middle Ages until today, it is possible to appreciate that the so called “Humanities” are focused on different perspectives and considerations. As of 1900, under the Positivism egis, Humanities were considered sciences, but in order to distinguish them from the natural and exact sciences, they were called “Sciences of the Spirit” or Human Sciences. Gradually, along the 20th century, a fusion among them took place, together with many other different sciences like medicine, in an interdisciplinary combination. Nowadays, the rampant technology, the mass media and the social networks have contributed to change their appreciation, however, these facts will not succeed in making Humanities disappear.


Keywords: Humanities, sciences, language, interdisciplinary


Estamos hoy en busca de una gran filosofía
del lenguaje que dé cuenta de las múltiples
funciones del significar humano y de sus
relaciones mutuas. ¿Cómo puede aplicarse
el lenguaje a empleos tan diversos como la
matemática, y el mito, el rito y la creencia
y, por fin el psicoanálisis?
[…] la unidad del hablar humano constituye
hoy un problema.

Paul Ricoeur


Para referirse a las Humanidades en el siglo XXI y especialmente a la literatura, considero fundamental remontarme al origen de aquello que se considera las Humanidades”, a partir del llamado “Humanismo”. Sin embargo, tampoco puedo circunscribirme a tal origen en exclusividad, ya que ese concepto ha variado a lo largo de la Historia, desde el Prerrenacimiento hasta la fecha. Si tomamos en cuenta que en la Edad Media los estudios que se realizaban en las universidades se ceñían al Trivium y al Cuadrivium podemos pensar que las denominadas Humanidades comienzan en ese momento, aun cuando, como bien sabemos, esa ordenación de lo que hoy en día conocemos como disciplinas, provenía de la cultura griega.

 El Trivium estaba constituido por la gramática, la dialéctica y la retórica, mientras que el Cuadrivium por la aritmética, la música, la geometría y la astrología, entendida ésta como lo que hoy en día llamaríamos la astronomía. Esas eran consideradas las “siete Artes Liberales”. Además, era ineludible el estudio de la filosofía que, a su vez, abarcaba tres ciencias, a saber, las ciencias naturales, las morales y las divinas. La formación o preparación, por tanto, de los hombres letrados -por lo general clérigos del clero regular, aunque el término clérigo se extendía a todos los egresados de las universidades- era concebida de manera integral. De hecho, el “Paraíso” de la Divina Comedia está configurado atendiendo a ese ordenamiento.

 Ya Cicerón, en el siglo I a. C., exponía que el estudio de las Humanidades no era profesional sino liberal. Y, en la Edad Media, se consideraban las “humanidades”, como aquellas que “más en cuenta tienen lo ‘general humano’: la historia, la poesía, la retórica, la gramática, y la filosofía moral”1. Sin embargo, el término “umanista” fue usado en lengua italiana desde 1538, y más tarde en alemán “Humanismus” y “humanistisch” en el siglo XVIII. De este modo, se ha denominado Humanismo, al movimiento que surge en Italia a fines del siglo XIV y que se extendió a otros países durante los siglos XV, XVI y XVII. No obstante, no podemos atribuirle características generales a la obra y desempeño de todos aquellos exponentes del llamado Humanismo o que son considerados como “humanistas” en el Renacimiento. Se ha dado un debate, posteriormente, acerca de si en esa época, además de las diferencias ideológicas y de las expresiones artísticas, lo que definía al Humanismo era una postura filosófica en exclusividad o una literaria. Lo que se ha concluido es que se trataba de ambas interactuando. Más tarde, los términos “humanista” y “Humanismo” se han usado de diferentes maneras, sobre todo para definir ciertas tendencias filosóficas, especialmentel aquellas que realzan algún “ideal humano”. De esta manera, han proliferado los “humanismos”, según la concepción que se tenga de ese “ideal humano”2.

 Al iniciarse el siglo XX, en el año de 1900, Wilhelm Dilthey en su artículo “El origen de la Hermenéutica”, declara que ésta constituía el método para las “ciencias del espíritu” (Geistenwissenschaften), equivalente al método experimental para las ciencias naturales. De este modo, quedaban divididas ya las “ciencias del espíritu” o humanas, de las naturales con métodos distintos para ser abordadas y puestas en práctica. Las del espíritu, sostenía Dilthey, se diferencian de acuerdo:

a su objeto de estudio de los dos tipos del saber: las de la naturaleza se ocupan de fenómenos externos al hombre, mientras las del espíritu estudian un campo del cual el hombre forma parte; o sobre las diferentes modalidades cognoscitivas por las cuales, mientras el saber de las ciencias de la naturaleza viene de la observación del mundo externo, el de las ciencias del espíritu es extraído de una vivencia (Erlebnis), en la que el acto de conocer no es distinto del objeto conocido3.

Del mismo modo, las ciencias humanas estudian, según Dilthey, “objetivaciones lingüísticas del espíritu, mismo que se deposita en textos y monumentos, y que el intérprete está llamado a devolver a la vida, superando su estado de inicial extrañeza para reconocerlos como propios”4. Con este planteamiento, sin embargo, al decir de Gadamer, lo que se proponía era una ilustración historiográfica, ya que Dilthey consideraba que el intérprete que se relaciona con el pasado “reconoce en estas huellas del espíritu la expresión de una edad histórica transcurrida, pero no pone en juego su propia historicidad”5. Por tanto, no se considera formando parte del mismo devenir histórico en el que está inserto, y con ello mantiene la pretensión de distancia y objetividad respecto a la materia de estudio. A pesar de esa advertencia, debemos reconocer que la filiación positivista de Dilthey y su admiración por el estatuto científico, hace posible que se incluya, dentro del concepto de “ciencia”, un buen cúmulo de disciplinas o campos del saber a los que no se les asignaba tal categoría sino simplemente se consideraban como “humanidades” y, con ello, se les atribuía un menor rango. Surgen así, las ciencias del lenguaje, la lingüística con todas sus vertientes; la semántica; con respecto a la literatura: la teoría literaria (con este nombre y esa dimensión científica) y la crítica literaria de cuño formalista, luego marxista, más tarde estructuralista; la psicocrítica, la sociocrítica, la mitocrítica, la semiótica; la historia y la historiografía serán consideradas como ciencias sociales muy cercanas a la sociología, a la antropología social, a la etnografía y a la arqueología. De este modo, las humanidades no serán exclusivamente la filosofía que incluía a las ciencias morales, la ética, la lógica, la dialéctica antigua; la filología dentro de la que se inscribían la gramática, la retórica y la historia.

 Más tarde, en las siguientes décadas del siglo pasado, los humanismos fueron concebidos de diferentes maneras, tanto los propuestos por filósofos: católicos, por no religiosos o creyentes y otras posturas filosóficas con relación a este concepto, ya sea como la ruptura con el “absolutismo” político o intelectual; o contra la negación de la variedad, espontaneidad y la diferencia surgidas de las vivencias propias, y la no renuncia a la verdad, ni a la realidad (W. James); tampoco no sólo como una ampliación y superación del pragmatismo, ni una mera actitud, sino una verdadera posición filosófica (F. C. S. Schiller)6.

 Debido a que existencialistas, marxistas y personalistas, después de la Segunda Guerra Mundial se declararon como representantes, cada uno de ellos, del verdadero humanismo, la Escuela de Frankfurt y otros estructuralistas, arremetieron contra el humanismo y contra aquellos que se consideraban humanistas, ya que de alguna manera, lo que se había propuesto, en el Humanist Manifesto II (1974) (entre otras propuestas de la misma índole) era la insistencia en la libertad individual y el régimen democrático político.

 De este modo, llegamos a la segunda mitad del siglo XX sosteniendo aún la separación entre las ciencias humanas y las de la naturaleza. Incluso en diversas universidades encontramos, aún hoy en día, que se ofrecen programas académicos con los nombres de licenciaturas o posgrados en ciencias humanas o humanidades claramente diferenciados de los de biología, química, física, matemáticas, medicina, etcétera. Sin embargo, no podemos seguir considerando este corte tajante entre esos campos del conocimiento y de la experiencia en un momento en el que la fusión entre distintas y diversas disciplinas se hace patente, aun cuando desde principios del siglo XX ya se les otorgaba, a muchas de ellas, un estatuto científico, no obstante sin la posibilidad de la fusión. Y no podemos tampoco soslayar el hecho de que en la actualidad, dentro de las “humanidades”, se incluyen las ciencias sociales: la sociología, la antropología social, la psicología, el psicoanálisis, incluso el derecho; las ciencias de la comunicación y/o de la información, y más todavía: estamos presenciando la fusión entre ciencias que se consideraban como ramas exclusivamente de la medicina: la neurología, la biología con las humanísticas, hecho que se registra en los estudios recientes de las biohumanidades, las neurohumanidades, la neurolingüística... en el contexto de la posmodernidad. Filósofos postestructuralistas como Foucault, Derrida, Deleuze, Lyotard, el psicoanalista Lacan, proponen la fusión de los contrarios, voltean la vista a los márgenes, intentan deconstruir el discurso fonologofalocéntrico; o bien neohermeneutas: Paul Ricoeur, Gadamer, Vattimo, Ferraris; teóricos de la recepción: Jauss, Iser, entre otros, inciden en una filosofía reflexiva que pone en tela de juicio conceptos coagulados por tradiciones encasillantes sin posibilidad de ser cuestionadas.

 Hay que agregar, por otra parte, el vertiginoso avance de la tecnología: primero las computadoras de escritorio, luego las personales portátiles, la telefonía celular, el radio (Nextel), el Internet con numerosos servidores, el correo electrónico y el chat; luego las redes sociales: facebook, tweeter y otras más; la digitalización de libros en Kindle, los E-books y los I-books en el I-Pad que ofrecen la posibilidad de tener en un pequeño adminículo móvil, una inmensa cantidad de información, una biblioteca conformada por cientos de volúmenes; el o la blackberry o el I Phone mediante los cuales se envían y reciben mensajes electrónicos de toda índole, además de llamar por teléfono; los bancos de datos en línea, las bibliotecas virtuales o digitales; todo ello ha contribuido a ampliar las posibilidades de acceso y de interrelación de todos los ámbitos del saber. A todo esto habrá que agregar los inventos tecnológicos anteriores: la radio, la televisión; se han borrado fronteras geográficas, de la información y en el campo de la cultura; se ha realizado realmente la globalización en distintos niveles socioeconómicos y culturales por supuesto, y se han entrelazado manifestaciones populares, a las que se ha prestado atención y reconocimiento, al lado de la “gran cultura”.

 En el ámbito académico la inter y transtextualidad se hacen insoslayables. No se puede concebir en este momento la aproximación a las diversas disciplinas, principalmente a las humanidades, sin la vinculación con distintos marcos teóricos, metodologías o plataformas conceptuales. Así, los estudios literarios, por ejemplo, se enfocan desde el psicoanálisis ya sea freudiano, junguiano o lacaniano, a la vez que el psicoanálisis se vale de la literatura para ilustrar o apuntalar sus propuestas teóricas; los métodos de las ciencias sociales se aplican así mismo en el análisis de las obras literarias desde las iniciativas de la sociología de la literatura o, de manera más actual, de la sociocrítica. Se crean nuevos términos y conceptos, lenguajes incluso, para abordar desde diferentes disciplinas, registros específicos de otras como los matemas en el caso de Lacan, los mitemas de Levy Strauss, las lexías de Barthes. Filósofos del siglo XX, Heidegger entre otros e incluyendo a Nietzsche (aun cuando éste murió justamente cuando se iniciaba el siglo), acuden a la poesía para aproximarse desde una perspectiva filosófica a ella; los hermeneutas y posestructuralistas hacen teoría literaria y, algunos de ellos, crítica a partir de su mirada que genera un cúmulo de posibilidades, con lo que se abre y libera esta actividad.

 Paul Ricouer relaciona la historia, la historiografía, el derecho, la lingüística y la literatura (poesía y narrativa) desde una aproximación hermenéutica que él define como filosofía reflexiva al igual que Gadamer, quien aborda la poesía y las artes en general, desplegando una teoría estética de índole hermenéutica afincada en la historicidad y la tradición. En la creación literaria la “nueva novela histórica” se escribe, en todos los países europeos y latinoamericanos abundantemente, con lo que se conjugan el relato histórico y el ficcional. De lo que se puede concluir que nos encontramos, pues, en una suerte de nuevo humanismo de manera muy semejante al renacentista. Los hombres del Renacimiento pretendían dominar el total saber de su época. Eran filósofos, teólogos, literatos algunos, científicos y artistas otros, matemáticos, historiadores, teóricos, músicos y astrónomos, todo a la vez, como son los casos de Dante, Leonardo da Vinci, Rabelais, Erasmo, Pico de la Mirandola o Montaigne, por mencionar sólo algunos. Su concepción de la cultura sería considerada actualmente interdisciplinar o transdisciplinar, algo análogo a lo que ahora sucede, mas con la limitación de que a lo largo de los siglos que median entre el Renacimiento y el siglo XXI, y especialmente en la segunda mitad del XX, la ciencia, la tecnología, la medicina, la física, la biología, la genética han avanzado de manera acelerada, lo que hace imposible obtener y detentar todo el conocimiento que, no obstante, está ante nuestras manos. La situación de los seres humanos en la actualidad es angustiante: a la vez que se posee ese enorme cúmulo de conocimientos, nuestras limitaciones impiden que lo podamos abarcar y dominar. En la literatura, desde el siglo XIX con Julio Verne, H.G.Wells y otros escritores, se unieron, además del relato histórico, los conocimientos científicos de la época, en las novelas de ciencia-ficción tan en boga desde entonces hasta el momento actual.

 A todo lo anterior habrá que añadir, ahora, los medios de comunicación y el cine, en el que confluyen el arte (“el séptimo arte”) y la tecnología. Muchas son las películas que se han hecho a partir de la literatura y las diversas posibilidades que, a través de sus géneros de discurso, ofrece: novela histórica, novela de ciencia-ficción, novela caballeresco cortesana, poesía épica, novela policíaca, novela negra, novela gótica, novela naturalista, realista, obras teatrales, óperas que varias de ellas, a su vez, habían tomado argumentos o historias de obras literarias. Los documentales de corto o de largo metraje, tienen, así mismo, una fuerte presencia. Mediante lenguajes distintos, técnicas diferentes, pero aspectos en común como la narratividad, la configuración del tiempo y de los espacios, el punto de vista móvil, las perspectivas, el flash back que corresponde en literatura a la analepsis o el flash forward a la prolepsis, el close up o primer plano y el horizonte en el relato literario, se lleva a cabo la fusión de ambas manifestaciones artísticas, incluyentes, por otra parte de importantes registros sociológicos, políticos, sociales, económicos a guisa de testimonio, denuncia, entretenimiento o refiguración estética.

 Los medios de comunicación, al igual que el cine, en su dimensión audiovisual, sólo auditiva como ocurre con la radio, o sólo visual con la prensa y las revistas, constituyen una plataforma más, propiciadora de debate y escritura, en los que confluyen intelectuales de diversas inscripciones ideológicas, con distintos enfoques sobre los acontecimientos cotidianos: políticos, económicos, sociales, religiosos, artísticos, desde su formación en disciplinas variadas, principalmente humanísticas y sociales, entre los que se opera un diálogo interdisciplinario y multiscópico.

 Por otro lado, en el ámbito académico y de la investigación, el campo de las humanidades se amplía de manera constante respondiendo a las necesidades y situaciones que la actualidad globalizada plantea. De esta manera, se abordan los textos literarios, la historiografía, las nuevas propuestas filosóficas, la apreciación de las artes a partir de diversas plataformas teóricas: los estudios culturales, los estudios de género, los postcoloniales atendiendo a fenómenos de marginación como ha ocurrido a lo largo de la Historia con las mujeres, los desheredados sociales, etnias indígenas en América latina, grupos africanos de raza negra, los emigrantes ya sea por razones económicas, sociales o políticas.

 “Los estudios culturales surgieron como un campo interdisciplinario en el mundo angloparlante en los años cincuenta y sesenta [del siglo pasado], como parte de un movimiento democratizador de la cultura”7 y fueron abarcando cada vez más diferentes disciplinas y campos de investigación, así como países en los que se han asentado y continúan llevándose a efecto. Sin embargo, a pesar de que partieron de un planteamiento antiacadémico, paradójicamente ha ocurrido que el ámbito en el que se desarrollan es justamente en la academia. Las disciplinas que se entretejen en estos estudios son principalmente: la sociología, la antropología social, la filosofía post estructuralista, la historia y la historiografía, la etnografía, la arqueología, la lingüística, la teoría literaria, los estudios de género. Éstos últimos, por otra parte, tienen, a su vez, un desarrollo que se relaciona no sólo con los estudios culturales sino también con el psicoanálisis, la biología, la psicología, cuestiones étnicas, raciales, neurológicas incluso. Los estudios de género sostienen diversas propuestas, incluso contradictorias, que han ido variando a lo largo del siglo XX y esta primera década del XXI. Primero eran exclusivamente feministas, de lo femenino o la feminidad, y se proponían teorías esencialistas apegadas a la biología y a la fisiología; luego se apeló a la diferencia sexual o bien de la construcción de un sujeto femenino. A partir de la década de los 70 en los Estados Unidos empezaron a surgir los estudios de género que iban más allá del puro feminismo e incluyeron los que se ocuparon también de la masculinidad; luego se difundieron a lo largo de América y Europa. En la actualidad, el abanico de posibilidades que se despliega en este ámbito, va de los lesbi-gay a los queer, de aquéllos que estudian la transexualidad como propuesta y práctica, a la bisexualidad, al travestismo, a la transexualidad y todas las variantes que se pueden registrar en el campo de las opciones y preferencias sexuales, lo que ha ampliado la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, circunstancia que exige al estudioso, académico o investigador que pretenda aproximarse a ellos, una competencia en esos campos del saber.

 Los estudios postcoloniales, más en boga en los Estados Unidos que en otras latitudes por la circunstancia histórica, política, social y económica que caracteriza a este país como territorio de emigrantes, circunstancia a la que hay que añadir la esclavización negra que perduró a lo largo de varios siglos, la población nativa indígena y la emigración europea de los siglos XVIII y XIX. En el siglo pasado y la primera década del actual, la migración latina, como se ha denominado, principalmente de mexicanos, antillanos, centro y sudamericanos, se ha acrecentado, como sabemos, y las minorías comienzan a tener cada vez más, una mayoría respecto al grupo hegemónico social que se autoatribuye la legitimidad: los “wasp” (white anglosaxon protestant). La academia estadounidense se ha aplicado en estos estudios que teóricos como Spivak, Baabha, Said principalmente, han elaborado desde su diferencia (ninguno es o fue estadounidense), contrastando y denunciando las relaciones entre las diferentes culturas, cosmovisiones y entre colonizados y colonizadores. A pesar de que de acuerdo a esos planteamientos los estudios poscoloniales podrían tener una fuerte impronta en otros países como los latinoamericanos en los que el colonialismo español y portugués fue evidente y más tarde el estadounidense, no han tenido la difusión y repercusión que en los Estados Unidos. De cualquier forma, van tomando su lugar con presencia cada vez más fuerte, en la academia latinoamericana.

 En la filosofía postestructuralista dialogan y rivalizan las teorías del caos, de la incertidumbre, de la complejidad, de la deconstrucción, de la fragmentariedad, de la fractalidad... Obras literarias son tomadas por otros escritores que a la vez son leídos por psicoanalistas y luego por filósofos, en una puesta en abismo. Tal es el caso, entre muchos otros, por ejemplo, de Lacan quien en uno de sus seminarios toma, como objeto de análisis, el cuento escrito por Edgar Allan Poe “La carta robada” en la traducción que hiciera de él al francés, Baudelaire. Posteriormente Jacques Derrida escribirá la Tarjeta postal, texto en el que comenta y rebate algunos de los postulados hechos por Lacan. Gilles Deleuze, por su parte, se aproximará a textos literarios en Crítica y clínica buscando diferenciar la creación propiamente artística del delirio balbuciente emitido por esquizofrénicos o paranoicos, desde una perspectiva filosófica antipsicoanalítica y no psiquiátrica. En realidad lo que lleva a cabo es un muy interesante ejercicio de crítica literaria.

 Sin embargo, tenemos que tomar en cuenta que todos estos acontecimientos se dirimen en el campo del lenguaje, en discursos emitidos a partir de los sistemas de sentido dominantes que van dirigiendo las acciones individuales y comunitarias. Por tanto, si hablamos de un neohumanismo como antes apuntábamos, se hará necesario tomar el campo del lenguaje desde diferentes perspectivas, no sólo la de la lingüística.

 Paul Ricoeur en su obra Freud: una interpretación de la cultura, reflexiona a este respecto:

un terreno en el que coinciden todas las indagaciones filosóficas es el lenguaje. Ahí se cruzan las investigaciones de Wittgenstein, la filosofía lingüística de los ingleses, la fenomenología surgida de Husserl, los estudios de Heidegger, los trabajos de la escuela bultmanniana y las otras escuelas de exégesis neotestamentaria, trabajos de historia comparada de las religiones y de antropología que se ocupan del mito, el rito y la creencia, y, por fin, el psicoanálisis. [De ahí que] se requiera de una filosofía del lenguaje. Dudo, [sin embargo] de que un solo hombre pueda elaborarla: el Leibnitz moderno que tuviese esa ambición y capacidad debería ser matemático cabal, exegeta universal, crítico versado en varias artes y buen psicoanalista. Mientras esperamos a ese filósofo del lenguaje integral quizás sea posible explorar algunas articulaciones clave entre disciplinas vinculadas al lenguaje.8

Y parece ser que el propio Ricoeur logró ese cometido. En su vasta obra, aborda una gran cantidad de disciplinas: la lingüística, la semántica, la semiótica, por supuesto la filosofía desde los presocráticos hasta los postestructuralistas; la mitocrítica, estudios de las religiones comparadas, las propuestas marxistas, nietzscheanas y freudianas, la lógica matemática, teología vétero y neotestamentaria, la teoría literaria (tanto referente a la poesía como a la narrativa de ficción), el campo de la historia y la historiografía, la temporalidad (analizando la configuración del tiempo en los relatos históricos y en los ficcionales), y, no se queda atrás, como es de esperarse, la historia de la filosofía desde los presocráticos hasta el siglo XXI, a partir de una perspectiva neohermenéutica teórico-práctica.

 Un caso semejante es el de Michel de Certeau al que podemos considerar como humanista del siglo XX, humanista a la manera del Renacimiento, pero con la inclusión del cúmulo de conocimientos que en seis siglos se han ido creando, descubriendo o inventando. Filósofo, teólogo, psicoanalista, antropólogo, sociólogo, historiador, mitólogo, abarcó muchas ramas del saber y las puso a dialogar entre sí creando una intertextualidad dinámica y aportadora, incluso en sus textos sobre la vida cotidiana y las “artes de hacer”, ofrece una perspectiva de las acciones que realizamos usualmente de las que no tomamos conciencia, y menos aún reflexionamos, como, por ejemplo, el caminar por la ciudad, observar lo que ocurre en ella desde un punto alto, las torres gemelas de Nueva York, que ahora no existen ya, pero que en su obra permanecen como testimonio de una forma distinta de mirar.

 La vinculación de las ciencias humanas con la geografía se hace imperativa en este momento: se trazan mapas, cartografías; se estudia las fronteras políticas y lo que en ellas ocurre unido al fenómeno del narcotráfico, la delincuencia organizada, la migración en busca de la “Tierra prometida” de millones de esperanzados individuos, la trata de personas de todas las edades con distintos fines, ya sea el tráfico de órganos, ya la prostitución, la pornografía o una nueva forma de esclavitud. En la literatura: novelas, noveletas, cuentos, o en la cultura popular, corridos principalmente; en el cine, en obras de teatro contemporáneas, en series televisivas o en la radio, encontramos estos aspectos como temas recurrentes, si bien ficcionalizados, con un realismo sobrecogedor.

 Y un tópico más, la ecología, la lucha desesperada por salvar la vida del Planeta y de todos los seres que lo habitan, se propone como temática para reflexionar desde las Humanidades en conjunción con las ciencias duras y las naturales.

 En este enorme espectro, la ética ha venido a jugar un papel definitivo al permear todas las disciplinas humanísticas o no. Podemos observar cómo en las universidades e instituciones de enseñanza superior, se incluyen en los planes de estudio materias como: bioética, ética profesional, ética y medicina, ética y negocios, ética empresarial, etcétera.

 De este modo, la intersección de las disciplinas humanísticas con otras, constituye una realidad ineludible en nuestro momento actual en el que prevalecen las características de las propuestas posmodernas: desencanto respecto al futuro; ausencia de promesas, consumismo, religiosidad multiforme o descreimiento religioso, despreocupación ante el bien público a la vez que un culto a la humanización de la sociedad; hegemonía de lo temporal, de lo relativo y de lo práctico, indiferencia, y junto a ésta, la obsesión por crear y tomar conciencia de la destructividad en todos los campos de la vida: la contaminación ambiental, la sobrepoblación mundial, el cambio climático, el exterminio de especies animales y vegetales, entre otras.

 Tras este rapidísimo recorrido de lo que se ha considerado como humanismos, y humanistas a las personas que estudian, investigan, leen y escriben en el contexto de las disciplinas que hasta ahora han sido agrupadas como “Humanidades”, podemos añadir que tales “humanismos” enmarcados en acciones, actitudes, ideas, sentimientos que han permitido clasificarlos de esa manera, han variado en forma considerable a través de la Historia y de los ámbitos en los que se les localiza, como se señalaba al inicio del presente escrito. Lo mismo ha ocurrido con las “Humanidades”, ya que en este momento difícilmente podemos hablar de disciplinas puras sin la interdisciplinariedad que implica el abordaje de ellas. Como ha venido sucediendo desde el último tercio del siglo pasado y a lo largo de la primera década del actual, lo que se puede predecir es que la transdisciplinariedad irá permeando todos los campos de la cultura, del saber, de la academia y de la investigación, y en este acontecer las Humanidades seguirán teniendo un papel determinante, puesto que son las que estudian al ser humano y todos aquellos aspectos relacionados con su hacer, su pensar y crear, continuarán entretejiéndose con las ciencias duras, las ciencias naturales, las ciencias sociales, pero mantendrán su estatuto humanístico porque se refieren a eso que Nietzsche denominaba “lo humano, demasiado humano”.


References:

  1. Certeau, Michel de (1996). La invención de lo cotidiano. Trad. Alejandro Pescador. México: Universidad Iberoamericana.

  2. Ferraris, Maurizio (2002). Historia de la hermenéutica. México: Siglo XXI Editores.

  3. Ferraris, Maurizio (1998). La hermenéutica. México: Taurus.

  4. Ferrater Mora, José (1999). Diccionario de Filosofía. Barcelona, España: Ariel.

  5. Ricoeur, Paul (1970). Freud: una interpretación de la cultura. México: Siglo XXI Editores.

  6. Szumurk Mónica y Robert McKee Irwin (coord.), (2009). Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos, México: Instituto Mora y Siglo XXI Editores.

1 José Ferrater Mora (1999). Diccionario de Filosofía. Barcelona, España: Ariel, pp.1700-1701.

2 Ibid., p.1702.

3 Maurizio Ferraris (2002). Historia de la hermenéutica. México: Siglo XXI Editores, p.132.

4 Ibid., p.14.

5 Ibid.

6 See José Ferrater Mora, op.cit., p.1702.

7 Mónica Szumurk y Robert McKee Irwin (coord.), (2009). Diccionario de Estudios Culturales Latinoamericanos, México: Instituto Mora y Siglo XXI Editores, p.11.

8 Paul Ricoeur (1970). Freud: una interpretación de la cultura. México: Siglo XXI Editores, pp.7-8.